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Desde el fondo de la celda


Este salto al mundo virtual inducido por Benigno me está empezando a resultar agobiante. Me salen fans, admiradoras, acosadores y, sobre todo, demasiados preguntones.

Mi dirección de e-mail es fácil. Sólo hay que buscar varias combinaciones de mi nombre y en pocos intentos ya me han contactado. Uno de los escritos más curiosos me llega de un individuo, sin duda, atormentado. Me pide que le dé interpretación a un sueño que le tiene acuciado. Nunca sueña (reconoce), hace años que no tiene tratos adecuados con Morfeo. En realidad duerme poco, se suele despertar sobresaltado a las cinco cada día. Yo creo que tiene problemas con la coordinación de su sistema reticular, pero a ver quién le explica eso a cualquier lego en la materia y con poca capacidad de estudiar.

Sueña con una casa, más bien con un castillo, pero es una casa moderna con muchas habitaciones, algunas de ellas lóbregas. Está en una gran sala, desnudo, sin ropa (recalca él esta redundancia). Al parecer se ha quitado voluntariamente la vestimenta, considera que para competir con otros hombres en algún juego de apuestas o de lucha a la búsqueda de un premio. Él cree que más bien está siendo subastado después del resultado, pero no lo tiene claro.

Una mujer, alta, esbelta, con poco pelo, toda ella vestida de negro, da órdenes con un largo bastón de mando, golpea en el suelo con la vara, sin hablar y los hombres desnudos van pasando. Él intenta recuperar la ropa, para taparse con algo sus vergüenzas. Ella, en realidad, ni mira a todos esos hombres que van desfilando. Un montón de hombres calvos, vestidos con túnica de color dorado señalan hacia diversas puertas de salida a todos esos hombres que han finalizado su competición. Junto a la reina (indudablemente lo es), está su hija (él lo sabe por el parecido), bellísima y virginal, mirando a los hombres con algo de malicia, ella imparte las órdenes mientras la madre asiente, en algunos casos reconviene. Cree que está aprendiendo el oficio.

Mientras los luchadores (porque deben haber luchado o eso piensa él) van abandonado el salón, éste se va llenando de personas engalanadas para una fiesta, pero a los expulsados no les dejan girar la mirada, ni siquiera reconocerse por la cara. Al encontrar la salida la misma mujer misteriosa, ahora vestida de blanco, con el pelo recogido en una trenza que forma una diadema, descalza, llena de buena voluntad, cariñosa, acariciadora, ayuda a salir por la puerta de atrás a nuestro protagonista, incluso se agacha a ponerle los zapatos, mientras él sigue desnudo, para evitar el frío suelo. Él rechaza la ayuda. Ella, desde abajo le mira con tristeza, incluso con amor y finalmente le indica una puerta, y otra, y otra, flanqueadas por lacayos de sonrisa cómplice."Otro más" cree leer él en su mirada.

Al final acaba encerrado en una habitación oscura y húmeda, aparentemente vacía, sin muebles, allí le tiran la ropa, dicen que vendrá a recogerle ella (él duda si la mujer de negro o la de blanco). Busca un rincón para esperar mientras oye a otros removerse cerca. Unos maldicen por el nombre, otros suplican una presencia. Él opta por permanecer callado, no entiende ese encierro, se siente libre de culpa y de delito. De vez en cuando se abre una mirilla, intenta estar entre las sombras para no ser vislumbrado, pero es incapaz a escapar a la mirada de ella. A ese gran ojo que se abre desde la profundidad. Busca entre los bolsillos, de forma automática (ahora está vestido de forma inexplicable), su teléfono que resulta ser un reproductor extraño con algo grabado, al ponerlo en marcha suena el timbre del teléfono y acaba despertando.

Y ahora, como le explico yo a ese pobre hombre que no tiene salida, que está encerrado, que está  atenazado por el miedo a convertirse en otro loco de esos que están arrinconados esperando, maldiciendo o añorando que le abran la puerta y le permitan entrar de nuevo a la fiesta o le comuniquen la sentencia. Creo que sólo puedo recomendarle paciencia y esperanza. No se me ocurre otra manera.

Eutiquio Sobrado.


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