La vida es un cuento y por eso parece que este verano mis lecturas van de cuentos. Historias cortas, pequeños fragmentos, apenas pinceladas, garabatos sobre papeles, relatos que caben en un cenicero.
El escritor que es capaz de condensar en pocas lineas o páginas una buena historia y hacer que se nos encoja el corazón igual de pequeño, seguro que es elevado al altar de los buenos, pero... si no lo consigue, si se queda a medio camino puede quedar relegado al rincón de los insustanciales de los derrotados cuando intentaron lograr ser laureados. Para muchos es más fácil el relato largo, el tomo grueso en el que pueden alternar los momentos álgidos con los de poco peso. Eso es imposible en los cuentos. Tienen que tener pegada, son como partidas rápidas de ajedrez... Se te puede agotar el tiempo si no haces rápido una hábil jugada
Juan Rulfo es de los primeros. Su obra es escasa pero suficiente para ocupar un lugar entre los grandes contadores de cuentos, es un relator para noches oscuras, al abrigo del hogar, de voces bajas, de silencios que se cortan con cuchillos de misterios, de cuando no había otro entretenimiento que contar o imaginar y la noche carecía de intoxicación lumínica.
El libro es corto pero largo, sus palabras dejan poso, están llenas de polvo del desierto, de sol abrasador y de noches oscuras, de calambres de hambre. La tentación de leerlo rápido, de finiquitarlo como un trámite dura un suspiro, se corta de inmediato en el primer cuento.
El escritor que es capaz de condensar en pocas lineas o páginas una buena historia y hacer que se nos encoja el corazón igual de pequeño, seguro que es elevado al altar de los buenos, pero... si no lo consigue, si se queda a medio camino puede quedar relegado al rincón de los insustanciales de los derrotados cuando intentaron lograr ser laureados. Para muchos es más fácil el relato largo, el tomo grueso en el que pueden alternar los momentos álgidos con los de poco peso. Eso es imposible en los cuentos. Tienen que tener pegada, son como partidas rápidas de ajedrez... Se te puede agotar el tiempo si no haces rápido una hábil jugada
Juan Rulfo es de los primeros. Su obra es escasa pero suficiente para ocupar un lugar entre los grandes contadores de cuentos, es un relator para noches oscuras, al abrigo del hogar, de voces bajas, de silencios que se cortan con cuchillos de misterios, de cuando no había otro entretenimiento que contar o imaginar y la noche carecía de intoxicación lumínica.
El libro es corto pero largo, sus palabras dejan poso, están llenas de polvo del desierto, de sol abrasador y de noches oscuras, de calambres de hambre. La tentación de leerlo rápido, de finiquitarlo como un trámite dura un suspiro, se corta de inmediato en el primer cuento.
Hay superstición, supercherías, habladurías, maledicencia y poca bondad en casi todos los fragmentos. Poca alegría, mucha hambre, demasiada miseria y casi siempre algunos muertos. Son historias de cuando los pobres se resignaban a malvivir hambrientos o a morir pronto violentos.
Lo he leído al ritmo de uno o dos relatos por la mañana y la misma dosis antes del sueño. No recomiendo que sea más rápido. Incluso puede ser necesario alternarlo con una novela insustancial y de entretenimiento. Casi cada día he tenido que pararme en alguna frase, introducir una doblez en sus lineas y releer alguna fábula buscando alguna moraleja, una luz de esperanza.
Para postre el libro va en sentido ascendente, cada vez las historias son mejores. Al final terminas con una increíble desazón en el cuerpo, tiemblas de injusticia, se te seca la arena en la boca, te giras a los lados buscando otros compañeros arrastrando los pies en ese páramo desierto.
Para recordar: "Debió llegar a eso de la una, cuando el sueño es más pesado; cuando comienzan los sueños; después del "Descansen en paz", cuando se suelta la vida en manos de la noche y cuando el cansancio del cuerpo raspa las cuerdas de la desconfianza y las rompe." "Yo también sentí ese llanto de ella dentro de mí como si estuviera exprimiendo el trapo de mis pecados." "Nadie lleva la cuenta de las horas, ni a nadie le preocupa como van amontonándose los años. Los días comienzan y se acaban. Luego viene la noche. Solamente el día y la noche hasta el día de la muerte, que para ellos es una esperanza." "Pues cuando uno se acostumbra al vendaval que allí sopla, no se oye sino el silencio que hay en todas las soledades."
Para olvidar: Se me olvidarán algunas palabras auténticamente mexicanas que sería una delicia recordar con su sustantivo y significado, pero se diluirán en el aceite de la memoria con el transcurso del tiempo.
Puntuación: 8/10
Benigno F.
Benigno F.
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